El crustáceo regio, en vías de extinción
Desde la época prehispánica los cangrejos de río o acociles (palabra derivada del náhuatl) eran conocidos y consumidos por los grupos ancestrales de nuestro país, principalmente de la meseta central de México. De ese período a nuestros días, la costumbre de consumir al acocil enano (cambarellus montezumae) sólo se conserva en algunas poblaciones del Distrito Federal, el Estado de México, Hidalgo, Tlaxcala y Morelos. Estos crustáceos habitan en ríos, arroyos, lagunas y embalses; incluso algunas especies viven permanentemente en agua dulce de cavernas.
El origen geológico de acociles se remonta hacia el triásico (245 a 200 millones de años), habitando en agua dulce del supercontinente Pangea. El rompimiento de éste en dos (Laurasia y Godwana) permitió el inicio del proceso evolutivo de especiación que se manifestó hasta en los continentes modernos. El resultado de estos procesos geológicos es una biodiversidad global de acociles de 576 especies; gran parte de esta fauna se localiza en el continente americano (439 especies), y en México se conocen 54 especies.
Las especies mexicanas de acociles son consideradas de afinidad neártica y se localizan principalmente en la vertiente del Golfo de México, pero algunas especies son habitantes de ambientes dulceacuícolas del occidente de México. La mayor parte de esta biodiversidad corresponde al género procambarus con 45 especies, y solamente se conocen nueve del género cambarellus.
Alejandro Villalobos-Figueroa, destacado científico mexicano del siglo pasado, describió en 1955 una nueva subespecie, procambarus simulans regiomontanus, nombrándola así por ser recolectada en un manantial cinco kilómetros al norte de Monterrey, en esa época. El acocil regio fue posteriormente reconocido como procambarus regiomontanos al establecerse diferencias morfológicas con sus parientes más cercanos del sur de Texas.
Al inicio de los ochenta, las poblaciones de esta especie endémica de Nuevo León fueron monitoreadas eco lógicamente y se estableció que era habitante común de ríos, arroyos, canales y acequias de los municipios del centro del estado que comprenden parte de la cuenca del río San Juan. Sin embargo, a finales de esa década se inició una progresiva invasión hacia el área de distribución natural del acocil regio, por parte del acocil rojo procambarus clarkii, nativo de la parte norte de Tamaulipas y Nuevo León y de la región sureste de los Estados Unidos.
Actualmente las poblaciones de procambarus regiomontanus han disminuido considerablemente y sólo habita en dos localidades aisladas: río La Silla en Guadalupe y el Parque Nacional El Sabinal en Cerralvo. La reducción poblacional de esta especie desde 1985 es atribuida a dos causas: 1) modificación, alteración y contaminación de los cuerpos de agua de la cuenca del río San Juan y 2) introducción accidental o intencional del acocil rojo procambarus clarkii dentro de esta cuenca. La gran proliferación del acocil rojo no sólo ha ocurrido en Nuevo León, sino en todo norte de México y otros estados de la república. Estas dos causas fueron consideradas para definir que el procambarus regiomontanus es una especie en riesgo.
Los criterios de la nom-059-semarnat-2001 y una evaluación en campo de esta especie en el parque El Sabinal de Cerralvo sirvieron de marco de referencia para que esta especie fuera incluida en la modificación de 2010 de esta norma ecológica, como especie en riesgo de extinción.
Son escasos los estudios y programas de conservación de crustáceos de aguas continentales en México, ya sea por el desconocimiento público o el poco valor socioeconómico de estas especies, a diferencia de fauna como aves, mamíferos y reptiles, donde agencias públicas y privadas han invertido para el desarrollo de programas de investigación y conservación. La mayoría de los acociles mexicanos sólo se conocen de manera descriptiva y hay pocos estudios ecológicos sobre ellos. Gran parte de esta fauna es endémica, con una distribución geográfica restringida, como el acocil regio. La modificación acelerada de ecosistemas acuáticos en los últimos años en diversas regiones del territorio nacional puede provocar una rápida pérdida de diversidad genética y biodiversidad. No solo de acociles, pues también se puede reflejar en otros grupos de animales y plantas.
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